martes, 2 de diciembre de 2014

CUENTO DE LA MEJOR ANIMALADA.

La Mejor Animalada.

Cuento de animales sobre el orden

Hace mucho, mucho tiempo, nada más terminar de crear el mundo, Dios decidió tomarse un día de vacaciones. Como los animales estaban recién hechos y aún no sabían qué tenían que hacer, no se les podía dejar solos, y Dios buscó un angelito que pudiera cuidarlos. Y, aunque era un poco desastre, el angelito Perico tenía tantas ganas de estar con los animales, e insistió tanto, que Dios decidió encargarle el trabajo.
- Asegúrate de que se vayan a dormir antes de que anochezca, y de que estén despiertos al amanecer ¡no podemos dejar la tierra vacía! -fue el único consejo.
El angelito Perico, lleno de alegría, bajó a la tierra y se puso a jugar con los animales durante todo el día. Tan contento estaba, que ya casi era de noche cuando recordó que tenía que acostar a los animales.
- Venga chicos, ¡deprisa! Todos a dormir.
- ¿Y dónde dejamos nuestras piezas? -preguntaron. Y es que llevaban tan poquito tiempo con ellas, que aún no se habían acostumbrado a dormir con orejas, picos, rabos, garras, hocicos o patas, y se los quitaban para ir a la cama.
- Pufff… no sé… bueno, déjalo todo ahí junto en un montón. Venga, deprisa, que se hace de noche - respondió impaciente el angelito Perico.
Justo antes de que se apagara el último rayo de sol, todos los animales estaban acostados.
- Uy, qué poquito ha faltado. De buena me he librado- pensó el angelito, y se fue a dormir, completamente agotado.

Estaba a punto de amanecer cuando se levantó. Y deprisa y corriendo despertó a los animales.
- Vamos, ¡arriba! Tenéis que poneros vuestras piezas y estar despiertos antes de que sea de día.
Los animales, adormilados, se fueron acercando a la gran montaña de orejas, dientes y patas para vestirse. Pero todo estaba tan liado, y tenían tanta prisa, que no había forma de que cada uno encontrara lo suyo, y cada animal tomó lo que pudo y se lo puso rápidamente. Otra vez acabaron justo a tiempo, y el angelito Perico, aliviado, se fue a desayunar.

Aún no había terminado cuando apareció llorando un conejito. Se quejaba de que le habían dado tres mordiscos en poquísimo tiempo.
- ¿Y por qué no sales corriendo antes de que te ataquen? - le dijo el angelito- ¿No tenéis los conejos unas grandes orejas para oír a vuestros enemigos antes de que se acerquen?
- ¿Y esto te parece grande? - dijo el conejito señalando sus minúsculas orejitas de rana.
- ¿Y por qué llevas unas orejas que no son las tuyas?
- ¡Porque esta mañana no había quien encontrara nada en un montón tan grande de piezas! - interrumpió un cocodrilo furioso - Yo he tenido que ponerme estos dientes de castor y ahora todos se ríen de mí porque no puedo cerrar la boca.
- No te quejes -dijo un terrible león - más risa dan mis patitas de pingüino.
Y así siguieron llegando animales con miles de problemas: un mono con trompa, un erizo con plumas, un pájaro con caparazón de tortuga…

Entonces el angelito se dio cuenta de que no había sido buena idea hacer las cosas con tan poco tiempo, y dejarlo todo amontonado. Y reuniendo a los animales, les contó su solución:
- A partir de ahora, dejaremos de jugar media hora antes para que cada animal pueda irse a un sitio distinto y allí tenga tiempo de colocar bien sus piezas. Y en vez de dejar todas las piezas juntas, las separaremos en grupos pequeños: picos con picos, orejas con orejas, garras con garras, y así con todo.
Aquella tarde, media hora antes de anochecer, los animales se separaron y cada uno buscó el sitio que más le gustó. Los peces se fueron al mar, los pájaros a los árboles, los animales salvajes a la selva, los pingüinos al polo… y dejaron sus piezas en montoncitos tan pequeños y ordenados que al día siguiente no tardaron nada en encontrarlas y vestirse con ellas. Y cuando al amanecer regresó Dios, todo estaba perfecto.
- ¿Qué tal ha ido todo, Perico? ¿Algún problema?
El angelito Perico, que aunque era un poco desastre también era muy sincero, juntó todo su valor para contarle a Dios todo lo que había pasado y el lío que había montado. Pero resultó que a Dios le encantó la solución de su angelito, y que cada animal estuviera en un sitio diferente y especial. Y tanto le gustó el nuevo orden que tenía todo, que decidió regalar a Perico y los demás angelitos una pieza de su animal favorito.
Y así fue cómo el angelito Perico, al que le encantaban los pájaros, consiguió las más preciosas alas para todos los ángeles del mundo.

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